Ayer, andando por la calle, sorteé
a dos niños que chutaban, con porte serio, un balón blaugrana. “Ronaldo es un
chulo”, chilló con seguridad uno, mientras me alejaba. Ese mismo ayer un
graffiti colgado sobre unos ladrillos mojados me sorprendió al doblar la
esquina. “¡Huelga general ya!”. Una vez en casa, desbloqueé el móvil y abrí una
notificación de mi red social favorita. Uno de mis amigos me había invitado a
darle a “me gusta” en una página oficial de una marca de camisetas. Las fotos
no eran nada del otro mundo, y nunca había oído hablar de esa marca, pero vi
los millones de “like” y enseguida encontré verdadero estilo entre esas telas
desdibujadas. Me senté en el suelo, pensativa. ¿Por qué el niño creía decir
algo suyo, pensado por él, algo enteramente producto de su decisión? ¿Qué le
había llevado al autor del graffiti a dejar su opinión sobre el muro? ¿La
libertad de expresión? ¿Realmente estará convencido de él quiere una huelga
general? Porque otros verán mi “like” y pensarán que tengo gran estilo, que he
decidido con sabiduría marcar ese icono y que sin duda lo tengo claro: esas
camisetas son maravillosas.
Todos
tenemos libertad de expresión. Eso está claro. Ahora me pongo delante de un
espejo y me observo. Visto como el resto, hago lo mismo que el resto, apruebo
lo mismo que el resto.
Sin
embargo, cada mañana creía decidir con libertad
qué ponerme, qué decir, qué hacer, cómo peinarme. Ahora,
ahora que el sistema nos permite la libertad de expresión,
la sociedad sustituye esta decisión tan
propia. La libertad es solo libre después de contrastar, aprender, viajar,
conocer diferentes culturas y países. La cultura, único camino hacia la libre
libertad de expresión.
Inés Zugasti Asín
IES Plaza de la Cruz, Pamplona